Tú piensas que te escribo para que vuelvas, pero yo te digo
que no, que ya he olvidado cómo las tardes de verano pasaban volando mientras
tú y yo encerrados en una habitación cualquiera nos comíamos las horas entre
besos y algo más.
Piensas que escribo para que vuelvas, para recuperar esa
sensación de infinito que me invadía cuando me perdía en un mar de color
chocolate al que solía llamar “tus ojos”. Pero yo te digo que no, que ya no me
acuerdo de cómo sonreías y que tampoco quiero acordarme.
Piensas que escribo para que vuelvas, y yo te repito que no,
que ya no necesito ni tu voz ni tus abrazos. Y mientras intento convencerte de
que tu piel ya no rozará la mía nunca más, una voz en mi cabeza resuena
diciendo: “Vuelve, vuelve, vuelve”.